miércoles, 20 de febrero de 2008

El misterio de la carretera de la Costa del Sol

Hay grandes misterios que acongojan a la humanidad y otros, pequeños pero igual de incomprensibles, que hacen la vida diaria un poco más divertida, aportando una simpática dosis de suspense o intriga que, a modo de pequeño rompecabezas, sirve para ocupar tiempos muertos, excitar nuestra curiosidad natural por las cosas o ejercitar nuestras rutinarias mentes en la búsqueda de soluciones imaginativas.
Un servidor, por ejemplo, siempre se ha preguntado porqué las guías de teléfono por nombres son mucho más gordas que las de calles; ¿no hay, en todo caso, el mismo número de teléfonos?. ¿Alguien ha logrado agotar alguna vez un bolígrafo Bic?. ¿Adan y Eva tenían ombligo? ¿Por qué apretamos más fuerte los botones del mando a distancia cuando tiene pocas pilas?; ¿Por qué hablamos más alto cuando nos dirigimos a un extranjero?; ¿Por qué cuando en el coche no vemos algo apagamos la radio?; ¿Por qué las magdalenas se ponen duras y las galletas blandas?;¿Por qué en cualquier oficina de atención al usuario siempre hay más ventanillas que empleados?; o, finalmente, ¿como llaman en Rusia a la ensaladilla rusa?.
Uno de los misterios específicos de Maputo es saber por qué los coches que circulan por la Avenida de la Costa del Sol lo hacen a veinte kilómetros por hora. Se trata de una carretera que recorre la playa, desde el malecón de la ciudad hasta el barrio de Costa del Sol, a lo largo de unos siete kilómetros. Es una vía muy transitada y la mayor parte de los coches que circulan por ahí lo hacen a velocidades de tortuga reumática sin que pueda explicarse la razón. “Pasean”, me dijeron un día; pero no es así porque hay furgonetas que llevan batallones de trabajadores, otros van de servicio o incluso hay chapas que hacen su ruta. “Van con sus novios/as charlando embelesados”. Error. La mayoría viajan solos. “Disfrutan del paisaje”. Incorrecto. Cuando les adelantas, adviertes que van atontados mirando hacia el frente. “Escuchan música”. Nuevo gazapo, son silenciosos como peces. “Son prudentes”. Inexacto, en cuanto llegan a la avenida Julius Nyerere aceleran como posesos.
No se trata de que vayan despacio, es que van con-de-na-da-men-te despacio, probablemente ensimismados o poseídos por algún miasma fantasmal que les impide cambiar a segunda. Hacer un recorrido por esta carretera, si tienes algo de prisa, se convierte en un florido catálogo de juramentos y adelantamientos desesperados. Una tortura que se multiplica infinitamente porque el problema no lo provocan uno o dos coches, sino caravanas enteras, todos a la velocidad de un caracol. Si, por desgracia, te encuentras además con una boda, la cosa se transforma en una comitiva infernal compuesta de decenas de coches, atiborrados de invitados sospechosamente alegres que van cantando a grandes voces. Único caso, por cierto, en el que la policía se muestra comprensiva lo que, habiendo exceso de ocupación en cualquier vehículo, hace que el conductor advierta: “si nos paran los de tráfico, a cantar todos”.
He preguntado a media humanidad por el misterio de los coches-oruga de la Costa del Sol y nadie ha logrado dar una respuesta satisfactoria. Me dan ganas de bajarme un día de mi carrinha, alcanzar a alguno de ellos (se puede conseguir a pie sin problemas) y hacerle una pequeña encuesta. Probablemente, tampoco obtendría otra respuesta que una amable sonrisa.

1 comentario:

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