viernes, 29 de febrero de 2008

Cocidito montañés

Mi querida cidade feitiço está atravesando una terrorífica ola de calor. La humedad está en sus máximos y los termómetros señalan frecuentemente los cuarenta grados. Es una combinación demoledora. El mínimo esfuerzo o paseo supone una inmersión automática en un incontenible sudor y falta de aire. Apenas se puede andar antes de la puesta del sol.
Para celebrar esta ola, no se nos ocurrió nada mejor que obsequiarnos con un cocido santanderino. La amabilidad de un amigo de allí y la ocasión de la vuelta a Maputo de su mujer que venía de España con los pertrechos idóneos, le sugirió la idea de reunirnos a todos para dar cuenta de una fabulosa tijela repleta como nunca había visto antes de fabes, verdura, morcilla, chorizo, tocino y demás joyas desconocidas por estos lares.
El aperitivo consistió en una espectacular selección de embutidos españoles entre los que destacaba con brillo propio un choricillo picante a cuyo fabricante los cielos conserven la vida mucho tiempo. Después nos regalamos con una bandeja interminable de langostinos en tempura y acometimos, finalmente, la olla del cocido con toda el ansia que proporciona estar tanto tiempo de carencia.
El cocido estaba sublime e hicimos los honores repetidamente, mojando el pan en el tocinillo y rebañando las salsorras con toda dedicación. El condumio fue regado con un número indefinido –pero elevado- de un rioja de extraordinaria calidad y finalizamos la refección con varias bolas de helado y un orujito digestivo.
Dando tumbos, nos fuimos a casa a dormir la siesta bajo un sol de justicia.
Los efectos del cocido, del morapio y del calor, hicieron sus efectos de inmediato y pasé el resto del fin de semana en un estado de catatonia y empacho del que sólo logré recuperarme el lunes siguiente. Consultados otros comensales, coincidieron en haber sufrido los mismos síntomas y es que, a veces, olvidamos que llevamos mucho tiempo fuera y que nuestros pobres organismos ya no están habituados a la contundencia de aquellos nuestros deliciosos pero aguerridos platos tradicionales, poco adecuados, además, para este mundo africano.

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