martes, 11 de diciembre de 2007

Una carga al atardecer

Un elefante es una cosa muy grande. Eso lo sabemos todos. También sabemos que es mejor no incomodarle ni estorbar su casi siempre plácida marcha. Suele pasear lentamente, cerca de los caminos, mientras ramonea medio dormido, lanzando de vez en cuando algún resoplido o esparciendo nubes de arena sobre su inmensa cabezota. El fin de semana pasada viajé con unos amigos al vecino reino de Swazilandia. La carretera que une la frontera de Lomahasha con la capital, Mbabane, atraviesa, justamente por el medio del parque natural de Nhlane. Sin necesidad de pagar entrada alguna, el viajero puede ver pasear, a su lado, a cualquiera de los cinco grandes. Al entrar en la zona de parque, un cartel avisa a peatones y ciclistas que deben tener precaución con los leones y los elefantes que cruzan la vía.
Al atardecer, cuando regresábamos a Mozambique, al lado izquierdo de nuestra marcha, vimos muchos animales: ñus, impalas y macacos. Pero también vimos grandes piezas. Un enorme elefante macho junto con un rinoceronte y su cría estaban muy cerca de la carretera que a esa altura aparecía protegida por una cerca de espino. Así que decidimos detener el coche y acercarnos ligeramente para tomar algunas fotografías, animados por la belleza del atardecer en la sabana.Me acerqué lentamente en dirección al elefante y estuve un buen rato haciéndole fotografías. Mis amigos, que venían ligeramente detrás, también se acercaron. En un momento determinado, dejé de mirar hacia el elefante y me dispuse a fotografiar a los rinocerontes. Algunos instantes después, por pura casualidad, volví la vista en dirección al primero y ví con espanto indescriptible que venía corriendo hacia mí.
Un elefante a la carga es una mole de cinco toneladas, con las orejas desplegadas como antenas de radar, que corre a 40 kilómetros por hora y que piafa y resopla como una caldera infernal. Es como si se te viniera encima un tren de mercancías. Pese a la cerca de alambre que, como es de imaginar, no servía absolutamente para nada, la única solución era correr. Y eso que dicen que lo correcto es quedarse inmóvil, pero a ver quién era el guapo que mantiene el tipo en aquéllas circunstancias. Salimos los tres echando chispas en dirección al coche mientras veíamos, con el rabillo del ojo, que el elefante se detenía.
Quizá se espantó por los colores de nuestras ropas, por algún ruido o por un movimiento brusco. No es bueno que te vea de frente o que piense que le cortas la retirada. En cualquier caso, no repetiremos la experiencia. Entre la apacible estampa del elefante que pace y aquélla inmensa bestia a la carga, hay un paso y muy poca capacidad de reacción.

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