A mí me pasó justamente lo contrario: cuando anuncié a amigos y familiares que me expatriaba al Africa Austral, casi por unanimidad expresaron su deseo de venir a hacerme una visita. Luego, claro está, las cosas se enfrían, los costes se disparan y el tiempo, la distancia y las ocupaciones nunca terminan de encajar. Total, que salvo unos pocos elegidos, ninguno de los entusiastas candidatos que a la sazón se postularon, ha terminado por llegar. Esto, si bien es algo fastidioso para la soledad del pobre expatriado, tampoco supone ningún incomodo, ya no hay que preocuparse por nadie, preparar viajes, atender en casa, acompañar, proporcionar ayuda y asistencia y, en fin, experimentar todas esas entrañables, conocidas, pequeñas, e inevitables servidumbres derivadas de la compañía y la amistad.
A Paco le han venido, en pleno, todos aquellos a los que invitó. Incluso en número tal que podrían obtener rebajas por viajar en grupo. Lleno de probidad y sacrificio, el pobrecillo ha hecho todo tipo de esfuerzos para contentar a sus huéspedes, compartiendo sus horas, sus desplazamientos turísticos y sufriendo con ellos algunos avatares dignos de mejores y más extensas crónicas. Pero lo que pasó ayer supera, con mucho, cualquier antecedente.
Resulta que, para aprovechar la semana, Paco recomendó a sus visitantes, en número de cinco, que visitaran las playas de Inhambane, concretamente Tofo. Todo iba bien desde el miércoles en que llegaron. Se alojaron, como es habitual, en una de esas pequeñas cabañas de madera situadas a la orilla de la playa, un modelo de casa tradicional muy típico de la zona y muy agradable, que permite una estancia fresca y natural en condiciones confortables.
Estos días, casi toda la costa está experimentando fuertes temporales. En Maputo llueve mucho y más al norte se han producido grandes tormentas. Ayer, en Tofo, los amigos de Paco decidieron dar un paseíto por la playa. Pertrechados con poco más que unas chanclas y la ropa de baño, comenzaron a andar por la beira do mar cuando se desató una fuerte tormenta con lluvia rabiosa y aparato eléctrico. Decidieron regresar a la cabaña y comenzaron a andar cuando se apercibieron de que en el horizonte se veía una columna de humo. La cosa parecía surgir de la zona en la que se encontraba su choza así que apuraron el paso y apreciaron que por debajo de la columna se veían llamas. Al llegar al lugar del siniestro se dieron cuenta de que una cabaña estaba ardiendo: la suya. Un rayo había caído sobre ella derrumbando la techumbre y carbonizando absolutamente todo lo que allí se encontraba: equipaje, utensilios, dinero y documentación. Empapados por la lluvia, en bañador y en chancletas, los cinco viajeros se quedaron con la boca abierta.
Lo que sigue es cosa que aún éstá en pleno proceso de desarrollo; habrá que reproducir la documentación para que puedan salir del país y habrá que buscar todo lo demás para que puedan subsistir. Emergencia consular, atestado policial, problemas de seguros, burocracia, líos de transporte de vuelta y el pobre Paco, agotado, en medio del mäelstrom, con la única sensación de alivio de pensar en lo que podría haber ocurrido si el rayo hubiera caído en la cabaña con todos sus amigos dentro.
Ya se sabe que las desgracias nunca vienen solas pero hay veces en que se ceban con el mismo.
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