martes, 23 de octubre de 2007

Floris silvat undique

La primavera se ha adueñado de Maputo que cumple ahora sus 120 años de antigüedad como capital de Mozambique. La perla del Índico, la ciudad de las acacias y los jacarandás, retoña con fuerza salvaje, entre los racimos de flores rojas, amarillas y violetas de los árboles que nos rodean pese a la poda feroz a la que han sido sometidos durante las últimas semanas. El aire se ha llenado de humedad y una legión de pequeños heraldos del calor ha inundado las calles. Hormigas, mariacafés (milpies) coleópteros de mil formas y tamaños, moscas, avispas, elefantinhos y mosquitos pululan por doquier, entre los macizos, los cocoteros y las araucarias, invadiendo las casas y los jardines que se multiplican a sí mismos como por ensalmo. El calor comienza a apretar y el mar se agita con mareas violentas que llenan las playas para luego retirarse a cientos de metros hacia el interior dejando los barcos varados en tierra como si se hubieran perdido en un desierto. El viento azota la ribera y los palmerales con rara violencia mientras la lluvia comienza a hacer acto de presencia, arrastrando pedazos de asfalto y creando nuevos socavones que se suman a los viejos creando un laberinto de obstáculos que los automóviles esquivan a golpe de volante y de volante. El Ayuntamiento -algún mal pensado creería que por la cercanía de las elecciones- acomete algún modesto trabajo de renovación del asfalto, bacheando aquí, pintando allá y cortando algunas vías principales para poner a prueba la paciencia de los sufridos ciudadanos. Tras el crudo invierno, la ciudad se despereza.

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