martes, 30 de octubre de 2007

El Scala

No sé si alguna vez se habrán preguntado los amables lectores porqué todos los cines del mundo acostumbran a usar un mismo catálogo de nombres propios. A poco que uno haya viajado, habrá visto que casi en cada ciudad hay un Carlton, un Palace, un Lido, un Metropolitan, un Savoy, Olimpia, Coliseo, Scala o un Astoria. Junto a ellos, claro, se encuentran otras variedades locales, pero aquéllos vetustos nombres perduran en esa especie de universal catálogo patronímico, herencia misteriosa de glorias pasadas, casi siempre asociadas a viejos edificios o antiguos locales postineros cuya huella ha quedado en el recuerdo nominal pero apenas en la memoria efectiva. Maputo no iba a ser menos y, de los cuatro cines que tiene, uno se denomina Cinema Scala, en la Avda. 25 de Setembro, frente al Café Continental, es decir, en pleno centro neurálgico de la antigua Baixa de la ciudad. Los otros tres son el Gil Vicente, el Xenon y el Africa. Como se puede apreciar, se mantienen las proporciones clásico-locales en el reparto de nombres.
Excepto el Xenon, más moderno y al estilo de las multisalas europeas, los otros tres cines permanecen en el estado en el que se encontraban durante el tiempo colonial. Grandes estructuras, techos inalcanzables, cabidas multitudinarias, pantallas gigantescas y sillería de madera, eskay y latón. El Scala y el Africa son, cada uno en su estilo, reliquias gemelas de aquellas salas españolas de lujo de los años cincuenta, con sus grandes entradas, sus salas repletas de florones y dorados, su bombón helado, sus acomodadores y su no-do, su suelo de madera, sus alfombras corridas y sus butacas rematadas con tachuelitas de latón. Ambos cines están en uso, aunque su aprovechamiento resulta muy escaso. Para un cinéfilo empedernido como quien esto suscribe, da un poco de pena ver las salas semivacías, las butacas desportilladas y el polvo adueñándose de paredes, lámparas, estuquería y escenario, como si ocupara los tristes huecos que dejan los espectadores ausentes.
En el Scala se ha celebrado un pequeño festival de cine español que organiza la Embajada. Ocho películas recientes que nos han traído el siempre agradable aroma del hogar. Yo, lo confieso, no he conseguido verlas sin leer los subtítulos, lo que me ha parecido realmente chocante y aun pasmoso, pero he disfrutado viendo cómo traducían al portugués diálogos castizos y cerrados que apenas sé cómo se pueden entender en otro idioma. Esto ocurría especialmente con la variedad de palabras malsonantes de las que disfrutamos en español. El portugués, al menos el más formal –en Oporto no es lo mismo- no se caracteriza por el uso de palabrões y resultaba curioso ver cómo, por ejemplo, una interminable retahíla de insultos con todo tipo de alusiones genéticas y fisionómicas se traducía, monocorde e invariablemente, como cabra o, ya como algo fuerte, cabrão. Con este vocabulario, pensaba yo, los conductores madrileños enmudecerían de sopetón.
Durante la proyección, el sonido no se veía perturbado por los teléfonos móviles sino que volvía a ser amenizado por los viejos crujidos de la madera de las butacas en las que se rebullían los espectadores. En el Scala, solo falta el hombre de las palomitas, con su chaquetita blanca, para que el regreso al pasado sea completo.

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