jueves, 25 de octubre de 2007

Casas de Comida

Dentro del imponente y generalizado flash-back que constituye Maputo, he de dar cuenta de una atracción que en otros tiempos se llamaban en España restaurantes económicos o, más castizamente, casas de comida, en las que los sufridos estudiantes, trabajadores, jubilados y demás clases poco pudientes podían sacudirse la gazuza a precios más que módicos con platos de la enjundia del filete de hígado con huevo, las sopas de ajo, las tortillas ilustradas o el pollo a la chilindrón. Claro que la cosa no era para pedir lujos, la iluminación era escasa, las cortinas de cretona, las mesas de terrazo, las sillas de plástico, el mantel de papel y los cubiertos ligeramente doblados por el exceso de uso; pero había tele, la comida era casera, el menaje razonablemente limpio, el servicio casi familiar y la parroquia educada y atenta. A poco que uno frecuentase uno de aquellos entrañables lugares, se convertía en un cliente preferente al que los camareros saludaban, conocían y se dirigían a él preguntando “¿lo de siempre?” o le soplaban casi al oído la recomendación del día que, naturalmente, había de ser observada al pie de la letra. “Lo de siempre”, en mi caso, consistía en un compromiso básico entre la abundancia y calidad de los nutrientes del plato y los precios irrisorios, combinación especialmente lograda en casos como las judías pintas con arroz y el bacalao con patatas que recuerdo vívidamente de mi económico de Lavapiés. Los postres eran también caseros, pero caseros de verdad, no como los de ahora que cuando te dicen “de casa” quiere decir “hecho en casa pero con polvos comprados en el supermercado”, y la bebida solía centrarse en el tradicionalísimo vino tinto con sifón o –si se era especialmente exquisito- con gaseosa.
Quedan aún en Madrid algunos de aquellos económicos pero cada día desaparece alguno para ser sustituido por locales modernos, higiénicos, perfectamente decorados, franquicias impolutas de camareros almidonados de uniforme o restaurantes temáticos que parecen un decorado de parque de atracciones. Ya no es lo mismo.
En Mozambique hay infinidad de casas de comida. En Maputo se conservan de varias clases. Mis favoritas son, en primer lugar, las terrazas, merenderos o esplanadas , barracas de madera, chapa y mobiliario de madera, donde se sirven platos mozambiqueños típicos como el pollo a la brasa con patatas fritas y ensalada o el peixe frito, y, en segundo lugar, los económicos del centro de la ciudad, generalmente conservados desde la época colonial y donde sirven menús del día por un precio aproximado que va desde los 65 hasta los 85 meticales, es decir, entre 1,8 y 2,5 euros. Consisten, generalmente, en un plato combinado en el que se funden generosas raciones de arroz, patatas, ensalada y pescado o carne de todo tipo, a veces también con algo de pasta y verduras.
Para los nostálgicos, los locales conservan todo el sabor de las casas de comida españolas de hace treinta años pero aquí, a diferencia de lo que ocurre en España, no son reliquias sino lugares vivos y hasta casi de lujo porque para la mayoría de los trabajadores o personas de escasos recursos, el almuerzo consiste en un bocadillo gigante de salchichas o fiambre frito comprado en los innumerables puestos callejeros y comido allí mismo. Los habituales de los restaurantes económicos son oficinistas, empleados del estado o expatriados. Yo suelo frecuentar dos: O Galeto y O Jardim, ambos cerca de mi lugar de trabajo y que reúnen las mejores características ya descritas. En favor de O Jardim, añadiré que está al aire libre y que desde su enmaderada y tranquila varanda se disfruta del jardín botánico de Maputo que rodea a los comensales como un atento y rumoroso anfitrión.

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