lunes, 7 de mayo de 2007

Swazilandia

Los Swazi forman parte de la gran familia bantú. Junto con los Zulúes ocuparon su actual país en el siglo 16. En 1881, los británicos reconocieron su autonomía pero a partir de 1890 su administración fue conferida al departamento de Transvaal de la República Sudafricana. A raíz de la Guerra de los Boers, Swazilandia se convirtió en un protectorado inglés que duró hasta 1968 en que se proclamó definitivamente su independencia. Se trata de un país con la extensión de Cáceres, muy rico en recursos naturales y bastante desarrollado, pero con una gran parte de la población, eminentemente rural, muy empobrecida y castigada por el Sida, hasta el punto de contar con el triste honor de ser el país con mayor incidencia de la enfermedad: el 40% de la población está contagiada. La expectativa de vida del país es de 33.5 años.
Pese a los datos, se trata de un país notoriamente más desarrollado que Mozambique; sólo tiene dos millones de habitantes y pertenece a la Southern African Customs Union (SACU), una especie de mercado común que incluye a Lesotho, Botswana, Namibia y la República de África del Sur. Tiene buenas infraestructuras, carreteras, autopistas y ferrocarril aunque sus ciudades son muy pequeñas (la mayor, Manzini tiene 70.000 habitantes
aproximadamente). En cuanto al paisaje, cuenta al oeste con una cadena montañosa de gran belleza que le ha valido el nombre de la Suiza Africana. Swazilandia es una monarquía absoluta. Se supone que es el único país africano que se rige por reglas tradicionales aunque eso conlleve, naturalmente, una autoridad real apabullante y criticada internacionalmente por su altísimo nivel de lujo y dispendio en un país con tantas carencias.
El título oficial del Rey es el de Rey León mientras que el de la Reina -que no es su esposa, sino su madre- el de Indlovukazi, que literalmente quiere decir La Gran Elefanta.

Allí me fui el Sábado a pasar el día. Swazilandia está a una hora de Maputo y la capital, Mbabane, a una hora más. La frontera, al contrario de lo que pasa normalmente con Sudáfrica, está casi vacía y no se tarda apenas nada en cumplimentar los trámites.

El viaje transcurre por una buena carretera, entre paisajes que se van tornando más verdes y elevados a medida que el camino se dirige hacia el Oeste. Junto a la capital, Mbabane, hay buenas infraestructuras hoteleras, lodges, tiendas, deportes de aventura, etc. La mayoría está en manos de extranjeros, pero parece ser que los empresarios locales comienzan a tomar iniciativas. En cuanto a tiendas, como es lógico, prima la artesanía: esculturas en madera, velas de fantasía, cristal… pero tienen una gran calidad y un diseño más original que en Mozambique. También tienen una industria textil propia entre la que destaca la confección de las camisas african style, esa especie de guayabas de colores como las que usa Mandela y que aquí tienen valor formal y sirven para asistir a actos oficiales. (Adviértase en la ilustración la cara del modelo…) También hay capulanas y vestidos de seda multicolores de los que pesan un quintal y llevan las señoras para actos igualmente formales.
Mbabane es una ciudad pequeña y poco agraciada.
Como Albacete (con perdón) pero con un Mall lleno de tiendas. Allí sólo se suele ir a comprar porque los precios son muy ventajosos con relación a Mozambique. Hay lo mismo, es decir, productos sudafricanos, pero el precio es sensiblemente más bajo y también hay tiendas de ropa de calidad. No son gran cosa, pero, comparadas con las de Maputo, aquello parece Serrano. Hay buenos restaurantes y cafeterías donde se puede comer bien y barato.
De regreso se me hizo de noche y viajé con mucho cuidado. Aquí puede uno encontrarse con cualquier cosa en la carretera, desde una vaca hasta un búfalo
pasando por un porco de mato -o facocero- como esos de madera que tan primorosamente fabrican los artesanos locales.


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