El edificio del tribunal fue construido con ayuda extranjera y resulta espacioso aunque no especialmente bien concebido. Tiene los techos muy altos y habitaciones muy pequeñas, llenas de recovecos y esquinas. Alrededor tiene un enorme y cuidado jardín.
En la frontera hay mucha gente, casi todos dedicados al contrabando de alimentos y materias primas. Compran en Swazilandia, donde es más barato, y lo revenden en Mozambique, ganando una modesta plusvalía. Justo en la parte Swazi, nada más pasar las aduanas, hay un enorme supermercado. Casi todos los mozambiqueños cruzan la frontera sin pasaporte pero eso forma parte de la tradición local. Los problemas se resuelven, no se sabe cómo, sin necesidad de acudir al Juzgado.
Sobre las 10 de la mañana, la ciudad se llena de niños de todas las edades que vienen y van a las escuelas; todos van sonriendo y jugando, con vestidos multicolores, en grupitos de la misma edad y siempre solos. Al pasar a mi lado, todos saludaban y aproveché la ocasión para tomar algunas fotografías que luego les mostraba en la pantallita digital consiguiendo sus caritas de asombro y grandes risas. Siguiendo la tradición africana, casi ninguno está inscrito en el registro. Algún tiempo después del parto, el padre hace una especie de presentación pública del recién nacido a familiares y vecinos y desde ese momento, el niño es reconocido como parte de una determinada familia. Eso es todo. Será mucho tiempo después cuando tendrá que registrarse para obtener alguna prestación social o inscribirse en alguna parte. Si es católico, se bautizará muy tarde, ya casi adulto, y siempre que sus padres estén casados por la iglesia y después de tres años de catequesis a razón de ocho meses por año.
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