miércoles, 2 de mayo de 2007

Más sobre tráfico

El europeo medio –no digamos el madrileño- está tan acostumbrado a los atascos de tráfico que no se apercibe de que, en gran medida, son un bonito ejemplo del Principio de Peter, según el cual, “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su máximo nivel de incompetencia”. El tal Laurence Peter, autor del célebre axioma, no fue su descubridor. En España, no es por nada, ya lo dijo Ortega y Gasset cincuenta años antes al advertir que "todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes".
La cuestión tiene su interés aplicada al tráfico de Maputo. Hay tres grandes vías de acceso a la ciudad: la carretera de Matola, la que viene del aeropuerto de Mavalane y la de la playa de la Costa del Sol. En la hora punta se forman numerosas retenciones (o sea, atascazos) en la zona central y en la baja teniendo como eje del mal la Avenida Vladimir Lenine que es la que yo cojo y sufro para llegar al Supremo.
Algo pasó para que, de un día para otro, la Valdimir Lenine se convirtiese en un vía crucis para el automovilista, extendiendo el monumental atasco por todas las calles adyacentes. La explicación es esta: los nuevos semáforos. Hasta hace poco, los semáforos constituían una especie rara. No había muchos y la mayoría de los que se veían no funcionaban. Según las malas lenguas, las autoridades los averiaban a propósito porque se circulaba mejor sin ellos, siguiendo esa técnica ancestral que conoce cualquiera que haya viajado a la India o a un país norteafricano y según la cual todos conducen a la buena de Dios y los peatones (los pederastas como decía aquél) cruzan la calle a ciegas sin que, milagrosamente, se produzcan más accidentes que los habituales en nuestras civilizadísimas y reglamentadísimas calles. Cuando uno ve cómo se circula en Delhi o en El Cairo sospecha que quizá el verdadero dios es el suyo o, por lo menos, que tienen un ángel de la guarda muchísimo más profesionalizado.
Pues bien, el Municipio de Maputo cambió los viejos, escasos y negros semáforos de la ciudad por otros amarillos mucho más vistosos. Pero se ve que los asesores técnicos del consistorio no anduvieron muy espabilados porque instalaron una secuencia verde-amarillo-rojo de unos cinco segundos en los cruces de las vías más importantes. Parece ser que los ingenieros sólo tuvieron en cuenta el número de vehículos de la ciudad que, efectivamente, no es muy grande, pero se olvidaron del uso intensivo que aquí se hace del coche, de los infinitos accesos laterales, las áreas de servicio y las residenciales y, sobre todo, de los peatones que, salvo corredores profesionales, desistieron de cruzar por los pasos prevenidos al efecto. Por si fuera poco, los semáforos no están sincronizados ni remotamente, de modo que todos se abren y cierran a la vez durante los famosos cinco segundos haciendo que recorrer la Vladimir Lenine se convierta en la Ruta de la Seda, en versión caravana de camellos. Si a la vertiginosidad semafórica unimos la lentitud de los machibombos (o autobuses) y las paradas intempestivas de las chapas, nos haremos una bonita idea del sistema en general.
Por cierto que me he enterado recientemente de que la mayoría de los coches circulan sin seguro. Es obligatorio, claro, pero no importa. Ahora comprendo porqué la mayoría de los carros parece ir, en lugar de a su casa, camino del desguace. Cuando se rompe algo o le quitan a uno algún accesorio, hay que despedirse de él para siempre porque los repuestos valen una fortuna y, además, no hay. Esto explica que casi todos los coches, incluido el mío, tengan huecos por todos lados y circulen con los parabrisas estallados o cruzados de líneas de rotura. El colmo es una carrinha del Tribunal Supremo que el mes pasado tuvo un accidente y quedó para el arrastre. En España no habrían dado por ella ni para un bocadillo de mortadela. Pues quiá. No sé qué le han hecho, pero por aquí anda todos los días cumpliendo su cometido como puede, sin importar su capó doblado, la falta de cristales y el techo más abollado que el coche de Macguiver. Incluso circula dando unos tumbos muy sexys gracias a las ruedas dobladas y al eje torcido.
(ULTIMAS NOTICIAS DE ORDEN PUBLICO: Me han robado el teléfono móvil. Mientras corría en el parque de la Repinga, hábiles cacos consiguieron abrir mi coche con limpieza espectacular, sin forzar la cerradura ni hacer que sonara la alarma, y limpiarme el interior. Menos mal que, salvo el aparato en cuestión, no llevaba nada de interés. Tuvieron el detalle de volverlo a cerrar. Hay que jorobarse...).

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