miércoles, 30 de mayo de 2007

La Alfaiatería

Una de las cosas más apreciables en la vida cotidiana de los países escasamente desarrollados es lo barata que resulta la mano de obra. Mientras que en España, por ejemplo, el valor final de la mercancía depende en un porcentaje elevadísimo de la mano de obra empleada en su elaboración, transformación y comercialización, en Mozambique el precio lo determina, en esencia, el de la materia prima. Esto hace que, por poner otro ejemplo, una parte importante de las mercancías que se comercializan en los supermercados de Maputo sean importadas de Sudáfrica y no sólo me refiero a productos más elaborados sino a cosas tan simples como patatas, cebollas y lechugas que resulta más barato traer de allí que de cualquier lugar de Mozambique porque no hay medios materiales para su comercialización, mientras que la mano de obra necesaria para el transporte y distribución de productos baratos apenas supone un pequeño valor añadido.

Lo anterior sirve para explicar porqué me he encargado un flamante traje a medida en la tienda de la esquina. Para empezar, la tienda gira bajo el precioso nombre de alfaiatería, el viejo vocablo árabe utilizado en la España Musulmana para nombrar a las sastrerías y que aún se conserva en el español literario con la grafía alfayate. Mi alfaiatería luce en el escaparate varios trajes de diversos tipos, incluyendo uno de tipo indo-oriental porque el Chefe Alfaiate es, como suele acontecer, un monhé, esto es, un pakistaní. El establecimiento tiene un venerable aire rancio y familiar, como las viejas sastrerías españolas de los años cincuenta, con su mesa y estantes de madera, muestrarios de tela, tijeras, jaboncillos, alfileres, acericos y todos esos artilugios típicos de la profesión que ya apenas pueden verse en los modernos centros de moda y que, si existen, deben estar reservados para la confección a medida de alto nivel, inaccesible para los seres humanos de tipo medio y no digamos modesto como un servidor.

Pues bien, mi alfayate aplica precios módicos a su mano de obra que, si he de fiarme de los trajes que están en proceso de confección, es delicada y cuidadosa como todo trabajo artesanal, lo que me decidió por encargarle un fato “príncipe de gales” de tomo y lomo con el que emular y competir con el embajador en las recepciones oficiales. En la guerra como en la guerra.

Dada la poca entidad de la mano de obra, es posible poner el acento en la elección de una buena tela y así, he escogido un precioso tejido inglés importado a través de Sudáfrica, de finura y calidad excepcionales, al que espero que haga honor el corte principesco que espero de mi tradicional y amabilísimo alfaiate. En cuanto llegue la tela, comenzará la ceremonia de las pruebas y medidas que, según me ha anticipado, no serán pocas. Ya sólo me falta un barbero particular para ser un señor de aquellos que fueron mis abuelos.

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