viernes, 4 de mayo de 2007

Covas y Buracos

Ya estamos en invierno, que en realidad es un buen otoño que en realidad es un verano flojo. Hemos dejado atrás los terribles tres primeros meses del año en que el verano nos trajo lluvias torrenciales y cerca de 40º a la sombra con una humedad del 98%. Ahora, la temperatura oscila entre los 30 grados a pleno día y los 20 del amanecer y la noche. La humedad, por su parte, ha bajado y apenas llueve aunque cuando lo hace, parece que alguien se ha dejado abierto el desagüe del océano, convirtiendo las calles en ríos imposibles de pasar. No hay alcantarillas, así que las calles se convierten en ramblas que conducen los torrentes hasta la bahía arrasando el asfalto, los empedrados y cualquier tipo de pavimentación en general. Este es el origen de los tremendos baches -buracos o covas en función de su profundidad- que salpican el paisaje urbano. Como uno no ande listo, puede dejarse el coche en uno de ellos, para siempre.

Nuestros días de invierno transcurren así, bajo una sensación general de bochorno. El ciclo habitual consiste en un día de mucho calor por tres días moderados. Ya se puede dormir abrigado y los amaneceres resultan frescos y agradables. Gracias a ello hemos comenzado a correr en el Parque Repinga, junto al malecón de la ciudad. Se trata, en realidad, de un circuito de manutenção erigido en homenaje a Antonio Repinga, el primer recordman Mozambiqueño de maratón, allá por los años sesenta. Junto a un busto del interfecto, sin duda realizado por su peor enemigo, comienza un circuito bien cuidado con una pista de tierra batida de 1.500 metros utilizada por los numerosos atletas populares que hay en la ciudad. Allí nos vamos a desbravar las interminables horas de sedentarismo que nos aquejan, agravadas por el hecho de que a todas partes se va en coche por comodidad y para evitar malos encuentros, lo que desemboca en una inactividad física preocupante. Hay que ir pronto, porque a eso de las 5:30 de la tarde comienza a anochecer y, una vez en marcha el proceso, se hace de noche cerrada en cuestión de minutos.

Ayer estuvimos corriendo un buen rato y, cuando ya estábamos estirando, fuimos testigos de un instructivo suceso relacionado con las covas a las que antes me referí. Cuando mirábamos hacia la avenida 25 de Septiembre fuimos testigos de la siguiente secuencia: en primer lugar, un espantoso chirrido, como una ópera china acompañada de guitarras eléctricas y cacerolas; seguidamente, se vió pasar una rueda de automóvil que se perdió en la noche a toda velocidad. Finalmente, también a todo trapo como si acabara de aterrizar, envuelto en chispas y destellos como una amoladora gigante, un veteranísimo cochecillo pegado al asfalto que resultó ser el que se servía de la rueda. Logró parar en medio de la avenida entre asombrados corredores y viandantes. El pasaje, atontolinado por la experiencia, salió dando tumbos en busca de la rueda y los tornillos que, al parecer, se habían rendido definitivamente al pasar por un hermosísimo bache que el conductor no conocía o no consiguió esquivar a tiempo. En Europa, esto habría supuesto una cascada de reclamaciones contra el Gobierno, la Comunidad, el Ayuntamiento y, si se tercia, Parques y Jardines. Aquí, como no se gasta mucho lo de reclamar ni pagar grúas o seguros de asistencia, allí quedaron todos en plena, resignada y esforzada, faena de recuperación.

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