lunes, 5 de marzo de 2007

De mudanza

Por fin he ocupado el apartamento -o flet como aquí le dicen- y he pasado mi primera noche cerca del mundo real, o sea, fuera de un hotel. Pues bien, podría hablarse de sensaciones contradictorias. Por un lado, es tan amplio que en España podría considerarse un piso con todas las de la ley; debe tener más de 100 metros cuadrados y una terraza enorme. Consta de un comedor, un salón, un dormitorio, un trastero, una cocina y una casa de banho. Todas las habitaciones son muy espaciosas, casi se podría decir que demasiado, hasta el punto de que uno tiene la sensación de que falta algo. Y falta, en efecto, porque apenas hay muebles y los que hay han conocido tiempos mejores. Por otra parte, hay una carencia más que minimalista de bibelots y de cualquier otro tipo de adorno o cuadro en las paredes. Se nota que es un lugar de paso. Parece, en realidad, un seminario.
El estado del flet, en general, es aceptable aunque un poco destartalado. La cocina y el baño requieren una enmienda urgente a la totalidad aunque más por vetustez que por suciedad porque todo está razonablemente limpio. Me han procurado ropa nueva de cama, baño y mesa; cubertería y cristalería, vajilla, termo, hervidora, torradeira, un juego de cuchillos, sartenes y perolas. Todo a estrenar. Se les olvidó, en cambio, la nevera. Había un congelador, pero ni señal del frigorífico. Al día siguiente me trajeron una de origen desconocido, Quizá otro seminarista esté hoy intentando enfriar las cervezas en el bidé.
El agua es otro problema. Está cortada la mayor parte del día. Hay el tiempo justo para ducharse y salir pitando porque hasta las 8 de la tarde no vuelven a conectarla. De todas formas no puede usarse para algunas cosas notablemente útiles como beber, lavarse los dientes o cocinar, así que no se nota demasiado. Tampoco sale muy fría, como pude comprobar al día siguiente cuando aún no sabía que las siglas “TA” del inmenso y complicado cuadro de fusibles de la casa correspondían a “termo acumulador” y que la posición “b” de la clavija en cuestión indicaba que el sistema estaba previsoramente desconectado.
Cuando entré en mi nueva casa ya me esperaba en posición de saludo la mujer que se va a ocupar de atenderme. Se trata de una oronda y sonriente señora que atiende al nombre de Silvia y que ha sido elegida directamente por el Tribunal Supremo por ser persona responsable y servicial. De momento, he notado que no para de hablar. Se empeñó en deshacerme el equipaje mientras me preguntaba cómo quería yo que ella hiciese, dónde comprar, qué comer, cuanto tiempo estaría fuera en el trabajo, etc. Sólo le falto indicar que ojito con la hora en que pensaba volver a casa. Me dijo que había seguido un curso de cocina y que sabía planchar bien. No sé si esto es propaganda o una ominosa profecía.

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