lunes, 5 de marzo de 2007

Conducir en Maputo

Hoy me he animado a conducir el carro. Ya iba siendo hora aunque la cuestión ha resultado ser tan complicada como venía temiendo. El caso es que todo está al revés y nada en su sitio, de modo que los espejos están donde no debieran, el intermitente donde las luces y las luces donde el claxon. Eso sin contar con la palanca de cambios, el freno de mano y que la parte que sobresale del volumen del coche es la de la izquierda y no la de la derecha con lo que las medidas habituales que uno tiene tomado no sirven para nada. En resumen, que aunque mires no encuentras y que nada más salir estuve a punto de llevarme por delante a un coche parado a mi izquierda cuya verdadera distancia de mi izquierda no calculé. El pobre Carlos, cuyo apellido es Castigo y debió entender entonces que se trataba de una profecía, iba de copiloto y profesor de autoescuela y se pegó un susto de alivio. Luego, una vez en marcha, la cosa mejoró. El problema de falta de control sobre el espacio izquierdo me hacía circular pegadísimo al bordillo, mientras que veía a los peatones dar saltos de espanto mientras les pasaba rozando.
Hubo dos momentos críticos: el primero, fue un giro a la derecha, cruzando varios sentidos. Si a lo complicado de acostumbrarse a la izquierda-derecha, unimos que los semáforos son un lujo escaso en Maputo, que todos ocupan la calzada de manera caótica y que los cambios de dirección se hacen bajo el lema a ver si ahora, cualquiera se imaginará que mi primer cruce lo hiciera con los ojos cerrados. Lo hicimos, en realidad, porque Carlos los cerró antes que yo. Afortunadamente pasamos, por pura compasión y sin víctimas.
El segundo momento de horror fue el de la entrada en una rotonda en la que, lógicamente, se circula a izquierdas. Nadie guarda ningún carril sino que se cruzan de un lugar a otro mientras circulan a una velocidad endemoniada. Logré entrar escudado en un todo terreno que me pasó por la derecha después de gastarse la mano tocando el pito para que me animara. A su amparo me metí en la vorágine mientras mi copiloto hacía aspavientos como de dolor mientras farfullaba instrucciones en su mal portugués que terminó por abandonar en beneficio del changana, supongo que cuando empezaron los juramentos. Después de dar un par de enloquecidas vueltas a la rotonda, logramos salir por el lugar adecuado y afrontar la preciosa Avda. Kaunda donde se encuentra la Residencia del Embajador a la que llegué después de arrastrarme un buen rato contra el bordillo izquierdo, alarmando al servicio de guardia oficial y haciendo que mi sufrido profesor de fortuna resoplase, por fin, con tranquilidad.

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