martes, 27 de marzo de 2007

Arquitectura, Urbanismo y otras hierbas

Aprovechando el fin de semana, fui con mi colega a dar un paseo por la ciudad y visitamos el Mercado de la Madera donde se colocan los artesanos. Después del inevitable regateo en el que intervine de intérprete y factótum, porque en Cataluña no deben enseñar esto en el máster avanzado para turistas, conseguimos identificar sus gustos y hallar algunas esculturas interesantes. Al final, compró por buen precio algunas figuritas de ébano y una caja con el mapa de África incrustado en la tapa.

Maputo se precia de tener una buena colección de edificios modernistas. Se trata de un estilo que se extendió desde Bélgica a todo el mundo desde finales del S. XIX y primeras décadas del XX e incluso parte de los 40. Son construcciones de formas blandas y redondeadas, aunque lo más característico es la profusión de motivos decorativos. Afortunadamente, en Maputo, la mayoría de estos edificios está siendo reconstruida y dan a la ciudad un aire cosmopolita muy peculiar, como si fuera la Casablanca de los años treinta cruzada con el estilo del Radio City Music Hall.

Junto con los edificios modernistas, hay muchas casas de estilo barroco portugués. Se las reconoce inmediatamente por las balconadas y los azulejos. Muchas están deterioradas pues fueron abandonas precipitadamente por sus propietarios cuando se produjo la independencia y acto seguido, fueron ocupadas, divididas o concedidas por el estado a otros que carecían de medios para mantenerlas adecuadamente. Hoy, salvo excepciones, suelen ofrecer un lamentable espectáculo de abandono y de ruina.

Los edificios más recientes de Maputo son rascacielos. En realidad, no se justifica su existencia pues hay mucho terreno disponible y, aparentemente, no demasiado caro, pero la altura se equipara a prestigio y todas las empresas constructoras o institutos oficiales buscan una sede representativa. La mayoría de estos edificios altos se dedican a oficinas pero también hay apartamentos en régimen de comunidad que funcionan desastrosamente pues tiene un sistema de gobierno parecido al de la propiedad horizontal española. Ocurre que el mozambiqueño no está muy habituado a pensar en términos de bien común sino de supervivencia particular, de manera que, muy frecuente, todo lo que tiene que ver con el cuidado, mantenimiento o suministro de elementos comunes, se descuida hasta el más completo abandono, reservando los recursos que cada uno dispone para los elementos propios o privativos. Ocurre así que, por ejemplo, los ascensores no funcionan porque no se paga el recibo mensual de la luz, tampoco hay luces en las escaleras, las antenas colectivas desaparecen y nadie las repone, las fachadas se desconchan en pocos años y las bombas de agua se terminan por obstruir.

El antedicho problema se extiende a toda la ciudad. Ha de tenerse en cuenta que el Municipio cuenta con muy pocos medios, pero, aun así, la razón por la que la mayoría de los coches de Maputo son todo terrenos no es que salgan al campo sino que deben enfrentarse a socavones y baches de tamaño descomunal; da la sensación de que nunca se ha parcheado el asfalto porque en cuanto se sale de las avenidas principales, el camino se convierte en una pista para elefantes en la que el coche va dando tumbos mientras esquiva agujeros en los que se perdería para siempre un equipo de espeleólogos. No hay alcantarillas y eso hace que las lluvias torrenciales del verano arruinen rápidamente el pavimento. Aquí suelen dar un consejo: evita el asfalto. Tienen razón: cuando una carretera asfaltada se deteriora y aparecen los socavones, los automóviles no pueden sortearlos. En cambio, un camino de tierra es más o menos plano porque el propio terreno se va moviendo hasta cubrir los baches y resulta mucho más plano y seguro. Hay calles en Maputo en las que los coches circulan por las cunetas que se han convertido así en auténticas vías alternativas. Yo, de camino al flet, suelo tardar casi lo mismo en hacer dos kilómetros por la 24 de Julho y la Karl Marx, que ciento cincuenta metros desde que salgo de ésta y llego a mi querido prédio de la C/ Agostinho Neto. Eso sí, la experiencia curte, especialmente si tenemos en cuenta que mi coche carece rueda sobresaliente, es decir, de repuesto. Esto lo descubrí la semana pasada cuando una de las gomas delanteras apareció pinchada y quisimos cambiarla. Hubo que organizar una especie de desembarco de Normandía para llevar allí al técnico, desmontar la rueda, llevarla al taller, reparar el pinchazo y volver a montarla. Con mucho mérito, ojo, porque tampoco había gato.

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